Este post nace como respuesta un tanto visceral,
lo reconozco, a la entrada publicada hace un par de días en el blog de El Comidista en El País.
El artículo en cuestión lleva por título “La
paranoia anti gluten”, título con el que me siento aludida pues no en vano he
sido tachada en numerosas ocasiones de paranoica por el camarero al que he
osado preguntar, por ejemplo, si la paella que me ofrecía contenía colorante
alimentario (los colorantes suelen contener gluten). También me han llamado
paranoica unos amigos por negarme a comerme una rica tortilla de patata casera
a la que, para enriquecerla, le habían añadido un poquito de levadura Royal.
Básicamente soy paranoica porque cuando me diagnosticaron de celiaquía después
de 30 años enferma decidí que no volvería a tomar gluten nunca más. Y aun así
lo he tomado porque en varias ocasiones ha sucedido que alguien decide que lo
mío es una paranoia y que no importa si me miente un poco y me da algo con
gluten. Aunque no os lo creáis hay personas muy curiosas a las que les da por
darle gluten al celíaco paranoico a ver qué pasa.